…En todo camino existen obstáculos. En todo camino existen días de tormenta y relativa paz. Pero siempre ocurre algo inesperado. En mi familia por ejemplo ya yo tenía la fama de quitarme de todo. Por consiguiente solo esperaban que se repitiera la misma historia. Para mi hermano, quien a su vez era mi jefe, Kendo era una excusa para no ir a trabajar los sábados. No recuerdo haberlo escuchado decir algo bueno de Kendo, mucho menos de mí. Era curioso escuchar como contaba con orgullo las hazañas realizadas por sus hijos según crecían. Espacio que yo nunca tuve. Mi padre decía que el Kendo era una pérdida de tiempo. Mi otro hermano no era tan atacante y a mi madre no le importaban mis gustos. Su mayor preocupación era que yo estudiara y me graduara de alguna profesión.
Cualquiera que lea esto pensara que mi familia es de lo peor. Yo les aclaro que es todo lo contrario. Mi familia viene de otro tiempo. Donde la debilidad era sinónimo de abuso. Donde trabajar era el único modo de sobrevivir. En mi niñez tuve de todo; pero en cuanto crecí, si no estudiaba o no buscaba que hacer con mi vida, lo que me esperaba era la varilla, el cemento y la pala por el resto de mis días. Yo respeto en gran manera los que se dedican a esa profesión.
Gracias a ellos tenemos ciudades, casas, acueductos, parques, cines…en fin todo lo que tenemos no fue puesto ahí por arte de magia o por la gracia del Espíritu Santo. Alguien lo imagino, alguien lo diseño y luego alguien lo construyo. Es curioso como los que edifican nuestras ciudades y mejoran nuestro estilo de vida son los que a veces son menospreciados o mal pagados. A pesar de ese sentido de orgullo, ese estilo de trabajo nunca fue para mí. Y aunque pude hacerle caso a los comentarios y seguir los consejos de graduarme de algún curso técnico (que no tienen nada de malo por si acaso), continuar la tradición y salirme del “arte de jugar con palos”, sencillamente esta vez dije que no. Decidí que era tiempo de tomar decisiones con mi vida.
Por eso practicaba. Practicaba durante la tarde hasta entrada la noche. Me dolían los pies, los brazos y piernas. Al día siguiente me esperaba mi pesado trabajo. Yo lo veía como parte del entrenamiento eso de cargar cosas pesadas, estar en constante movimiento, pasar largas horas bajo el sol y que no falte los comentarios o insultos. Todo diciendo que no podía hacer nada bien. Era para mí la combinación perfecta. Ejercicio cardiovascular, de fortaleza y mental. Era pensar de esa manera o volverme loco.
Como cualquier ser humano, llega el momento que uno comete errores y cuando sucedía, empezaba a preguntarme si todos esos comentarios y palabras de que yo no sabía hacer nada bien decían la verdad. Con todo lo único que tenía en aquel tiempo era Kendo. Por raro que parezca. Pude darme por vencido. Pero no lo hice. Estaba cansado de darme por vencido. Estaba cansado de correr de mis problemas o peor aun de mi vida. Estaba cansado de ser motivo de burla o lastima.
Al final todo lo que quería era respeto. Lo que deseaba era que mi madre estuviera orgullosa de mí. Deseaba dejar de sentirme tan solo y saborear de nuevo la felicidad. El único lugar donde no me criticaban y me trataban con respeto era en el dojo. Allí tenía felicidad. Allí no pensaba en nada…me alejaba de la vida…me preparaba para la misma…tenia paz…
Por lo tanto no podía rendirme. Porque era lo que todo el mundo esperaba. Y lo que yo no deseaba. Porque al fin alejado, podía encontrarme a mí mismo y conocer lo que me hacía falta. Tenía que ponerle dirección a mi vida. ¿Pero cómo? Primero queriéndome a mí mismo y analizando mi ambiente. Dejando de pensar tan negativo. Percatarme de que todo era transitorio. Poco a poco moldeaba mi carácter, mi forma de ver las cosas. Estaba infinitamente lejos de ser perfecto. Cometía errores cada día. Sufría de vez en cuando. Pero ahora sabía que iba en el camino correcto. Pero no todo fue a través de la práctica. Porque a veces, si a veces, se debe escuchar a Sensei…
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