En Puerto Rico sufrimos el peligro de ser impactados por una tormenta o huracán. Mientras que para alguien de afuera esto sería motivo de preocupación constante, aquí en Puerto Rico es algo de todos los días. Es interesante ver como la cultura a la que pertenezco se desenvuelve y actúa frente a fenómeno atmosférico.
Desde el momento en que los meteorólogos anuncian que se acerca una tormenta la primera reacción, casi automática es: ¡Eso no viene na’! Y es que los meteorólogos nos tienen durante seis meses con el relajito de si viene o no. La realidad es que la naturaleza es impredecible. Pero estoy seguro que los meteorólogos después que anuncian un evento atmosférico, cruzan los dedos para que este llegue y no quedar mal. Esto se debe a que el puertorriqueño es especial. Si tú le dices a un boricua que viene un huracán, más vale que llegue. Si le prometes lluvia, vientos, inundaciones, deslizamientos, en fin toda una tragedia; más vale que pase. Porque de lo contrario, serás el embustero mas grande.
Paso con la tormenta Emily hace unos días, donde la gente se preparo y ellos quedaron mal. ¡Bien para nosotros! El país no se paralizo. Pero el puertorriqueño no ve eso. Debo incluirme que yo a veces, tampoco lo veo.
Cuando la gente ve que la cosa va en serio, que en el radar se ve directo, se está nublando el cielo (lo asocian rápido con la tormenta, aunque está lejos todavía) salen en manadas a los supermercados. Vacían las góndolas como si se fuera a acabar el mundo y buscan cervezas antes de que el gobernador diga que hay ley seca. Nombre interesante para la prohibición de alcohol en tiempos de emergencia. Porque así mismo se sientes, secos sin alcohol por varias horas. Incluso intentan convencer al cajero.
Luego se abastecen de gasolina, llenando el tanque, cuando la gran mayoría se resguardara en sus hogares. Todo el mundo se prepara. Martillando, recogiendo, refugiándose, poniendo tormenteras, preparando la planta eléctrica, queriendo comprar una a último minuto o en el dado caso, entablando relaciones con el vecino, que de por si no nos cae muy bien, pero nos puede pasar una extensión para un abaniquito o una nevera.
Los canales de televisión te cuentan el drama de la espera, la preparación, lo que la gente compra y la trayectoria del huracán. Es cierto que mantienen a uno informado, pero a veces se pasan de la raya. Como la reportera que viajo hasta Fajardo (cuando la tormenta Irene estaba entrando) y allí era abatida por los vientos. Apenas podía mantenerse en pie. El camarógrafo casi se cae con toda y cámara. El alcalde entrevistado mantenía su cuerpo tieso, pensando con esto que el viento no se lo llevaría también si ese fuese el caso. La reportera mostraba y relataba el drama del imponente siniestro. El alcalde mostrándose como un fuerte vigilante. Pensando en el pueblo y la excelente exposición que era esta para las elecciones que se aproximan.
El resultado es que cuando la gente ve ejemplos como estos…empieza la espera. La mayoría de los jóvenes, se pegan al facebook y el internet como si fuera el último día. En fin el puertorriqueño espera el huracán, como si fuera una despedida de año. Familiares que no están juntos a menudo, comparten un mismo techo, pues viven en zonas peligrosas, no quieren estar solos o porque tendrán mejor observación del espectáculo.
Para la gran mayoría es tradición esperar la tormenta en familia. Hablando, bochincheando, viendo la televisión o la radio, jugando algún juego de mesa, comiendo y para los que le dio tiempo “dándose el palito”. Los boricuas son a veces mejores meteorólogos que aquellos en la televisión o el gobierno. Reconocemos cuando ese vientito o ráfaga no es normal y que la acción está a punto de comenzar. Y como los jueces de “American Idol”, nos sentamos a evaluar el huracán, siempre comparándolo con uno que paso antes. Que no falte las galletitas (Ritz, Export Sodas, Oreos, Cameos, etc) el asopa’o o el salcocho y de nuevo el palito para los más exigentes.
Al parecer también las tormentas tienen por tradición llegar de madrugada. En mi casa se crea este ambiente acogedor. Donde es natural que se vaya la energía eléctrica. Si no es así pues no es más que un huracán flojo. Claro que en Puerto Rico se llevan la luz, llueva o no, haga viento o no. Al siguiente día continuando la tradición, salimos a mirar la destrucción. Vemos arboles caídos, postes del tendido eléctrico bloqueando vías, inundaciones, gente refugiada y muchos quejándose. Sí, porque cuando falta la luz y llaman para reportarlo, ocurren cosas impresionantes.
El que esta solo de repente tiene esposa. El que tiene esposa la preña o la enferma. El que tiene ancianos en la familia que nunca visita, de repente se acuerda de ellos, incluyéndolo en la suplica para que le restablezcan el servicio más rápido. El que nunca les presta atención a los hijos, ahora los defiende y que no está enfermo se inventa una mortal condición. En medio de la crisis, el que posee una planta eléctrica de emergencia es un inconsciente por la cantidad de ruido que esta hace. Todo esto cambia si el vecino con planta, les pasa una extensión a los que se quejan. De momento se vuelve un santo.
Existen a mí entender un grupo de héroes anónimos. Por ejemplo los policías que patrullan las calles en medio de la tormenta. Los médicos, enfermeras, rescatistas y paramédicos atentos a cualquier emergencia. Que me dicen de esos guardias de seguridad que son obligados a veces a quedarse haciendo guardia en vez de estar en sus hogares. O esos vecinos que se ayudan unos a otros en medio de los desastres. Y no deben faltar aquellos responsables por restablecer el servicio de energía eléctrica.
La gente los critica, los insulta, los presiona y los catalogan como lentos. Pero nadie abandona sus hogares por turnos completos de 24 horas, arriesgan su vida reconectando cables de alta tensión, pasando por lugares inaccesibles, removiendo arboles y restaurando postes. Dios sabe a qué otras tantas cosas tienen que enfrentarse, pero como la energía se restablece como por arte de magia, con solo el toque de un botón a nadie le importa.
El huracán trae el drama. Saca lo mejor y lo peor de nosotros como sociedad. Nos salimos de la rutina de la vida. Donde cada uno se aísla en su cuarto, en su internet y nos olvidamos de que existe algo más. Nos unimos como familia por unas horas. Regresamos en cierta manera al pasado donde la vida era más simple. Pero es solo por unas horas. Porque regresamos a las preocupaciones. Falta la luz, falta el agua, no hay cable y no hay internet…¡la bendecida y maldita internet!
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