Desde el otro lado de la cerca





                               



   No es bueno andar reviviendo el pasado. Este nos persigue muchas veces porque nosotros queremos. Pero de vez en cuando preguntarse si las decisiones tomadas en el pasado fueron correctas es parte de este proceso de introspección. Con esto en mente me suelo preguntar como algunas decisiones afectaron a las personas que directamente se encontraban involucradas. ¿Cuál fue su punto de vista de mi decisión y si acaso se tomaron el tiempo para ponerse en mi posición? ¿Fueron rápidos para juzgar, pero lentos para preguntar? No lo sé y quizás nunca lo sepa. Pero siempre me da curiosidad el saber el otro lado de la historia. Las expectativas que tal vez tenían y por alguna razón no pude cumplir.

    Siempre trato de ponerme en los zapatos de las otras personas lo mejor posible. Visualizar la realidad según me la cuentan y mas allá de tener compasión o pena, tratar de comprender. Entender que cada persona es un mundo distinto, una manera única y compleja de hacer las cosas y que por tal razón es que existen tantos conflictos entre los seres humanos. Lo visualizado como correcto para mí no necesariamente debe ser visto así por los demás.

    Con regularidad algunas personas en mi vida me ponen en situaciones difíciles. En el concepto de que debo tomar decisiones o afiliarme a un bando o al otro. Trato de ser lo más neutral posible y termino en el medio de conflictos, chismes y disparates que no aportan nada. La realidad es que se pierde oxigeno, ideas, neuronas y sobre todo tiempo que no vuelve. Es un proceso tedioso el tratar de entender a los que rodean mi ambiente, cuando lo que se trata de entender carece de sentido y más parece una búsqueda personal de Dios sabe que. Me he concentrado más en el silencio y  aceptar las realidades de mi vida actual. Algunas no son tan buenas otras pueden mejorarse; pero es mejor aceptarlas que andar en ilusiones de lo que no soy.

   Estar al otro lado de la cerca me hace comprender la simple realidad de que es imposible complacer a todo el mundo. Que no es mi intención ofender a nadie, pero a veces es inevitable. Muchas veces quisiera encontrar las palabras correctas o sentarme a dialogar sin la incomodidad de la idea preconcebida. Pero a veces el silencio es lo único que queda. Como aquellos que dicen: “eso va en contra del espíritu del budo” “No puedo porque mi religión me lo prohíbe” “Yo soy cristiano, yo no hago esas cosas” etc.

   La percepción es diferente en cada cual y a su vez aquellos que dicen no hacer algo que a todas luces parece malo, por otros lados hacen cosas peores o igual de dañinas. Pero con esa misma percepción con la cual juzgaron una acción o idea como errónea o mala, esta otra cosa realizada no es vista de esa manera.

     Siempre he tenido la tendencia de hacer cosas raras o ajenas a la norma. Solo por aquello de probar nuevos métodos, la curiosidad o por fastidiarle la paciencia a alguien. Fue en una de esas ocasiones, donde en una práctica en mi antiguo dojo de Kendo, me puse a hacer maromas con el shinai que eran muy avanzadas y requerían mas practica. Pero estaba afrontando un momento de creerme la gran cosa y con esto lastimaba a quien practicaba conmigo en ese momento. Mi idea según creo era intimidarlo, o crear esta imagen de yo ser más fuerte que mi oponente. Mi maestro no aguanto esas patrañas mías. Detuvo la práctica y hablo conmigo aparte del grupo. Trato de que nadie escuchara, pero el semblante le había cambiado por completo y aunque él no es un hombre de expresar su enojo en palabras, se le nota en acciones. Y así como si yo fuera un niño me dijo: “¡No te vayas en contra de lo que te he enseñado!”

    Recuerdo que me toco practicar solo en varias ocasiones. Atado a lo básico una y otra vez. Me tomo tiempo, pero me di cuenta que realmente era eso, un niño malcriado. Que no demostraba fuerza, sino debilidad y me consumía el ego. El deseo de ser primero. ¿Cómo se deberían sentir aquellos con los que yo practicaba cuando yo aparecía con mis loqueras y golpes malos? Años después, cuando mi maestro y yo caminamos en direcciones opuestas por razones muy largas para contar, su voz siempre andaba en mi cerebro “No te vayas en contra de lo que te he enseñado”

     Y con esa enseñanza en mi sistema, empecé un nuevo viaje en la dirección contraria. Esperando que algún día el estuviera al otro lado de la cerca y lograra de alguna forma comprender mis razones. Pero no era necesario que me comprendiera. Después de todo de una forma incomprensible para la mayoría pero entendida por mí a medias, yo seguía sus enseñanzas, mientras él a mi entender, las había abandonado...

Comentarios

Publicar un comentario